Cuándo me transformo en un ciclón no hay quién me detenga, y están los que me prefieren impredecible cómo nevada en pleno enero.
A veces me descontrolo tanto, que cuándo soy encantadora soy a la vez desconcertante.
Y bailo incontrolablemente en el medio de una vorágine desoladora; que arrasa y que agita pero sin perder la tempestuosa calma (si crees que esa palabra no existe estás muy equivocado, deberías conocerme).
Siempre al borde del abismo, de que estalle ese huracán marino que llega hasta tierra firme y destruye todo a su paso.